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+ Hoy la liturgia católica celebra la fiesta de Dios Trinidad, el Padre con el Hijo unidos por el Amor personal del Espíritu santo. Los tres como uno solo volcados por nosotros, abrazando el Universo y la Humanidad, a cada una y cada uno, pequeños y grandes. Nada que temer +
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«Pues no recibieron un espíritu de servidumbre que los lleve al temor, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios diciendo: Abbá, Padre» (Romanos c.8)
Por la pasada celebración del Pentecostés busqué diferentes tareas que Jesús con el Padre encomendaron al Espíritu santo, tareas de restauración, de inspiración y animación.
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– Recordaré que para San Agustín la expresión ‘Dios es amor’ se refiere en primer lugar al Espíritu Santo, su presencia y trabajo en la Creación, Encarnación, Redención y Santificación.
La venida del Espíritu fue promesa anunciada y realizada después de la ‘Ascensión’ de Jesús. En el Evangelio y en los Hechos de los apóstoles el Espíritu santo acompañará la misión de Jesús y de la Iglesia.
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«Cuando el odio y la persecución se desatan, Jesús no queda sin el refugio de un hogar: habita eternamente con el Padre. Es la grandeza de la oración de Jesús, el Espíritu Santo toma posesión de su persona, y la voz del Padre atestigua que él es el Hijo amado» (Papa Francisco)
El Espíritu Santo nos sopla al oído las buenas palabras y las buenas acciones, es el Espíritu bueno, pidamos «Ven, Amor».
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Enumeramos pues aquí las tareas primordiales del Espíritu santo, derramado sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo:
a . Ley interior del Amor, su Ley en nuestras entrañas (Ez 36,25). Los autores bíblicos imaginaron la Creación con el Espíritu de Dios sobre las aguas dando vida y forma a la naturaleza. Para la nueva Creación los profetas presentaron al Espíritu santo personal, interior, enamorando, recuperando la sintonía con Dios. Somos hijos y hermanos.
b . Morada, habitación de Dios en nosotros (Efesios 2,22). Lo prometió Jesús en la última Cena, «el Padre y yo haremos morada en ustedes». Diferentes modos para presentar la intimidad y cercanía entre Dios y nosotros, vencidas ya las distancias, si mantenemos nuestras puertas abiertas a los Tres. El que dispone bien ‘la morada’ es el Espíritu.
c . Da forma a Cristo en nosotros (2Co 3,18; Ga 4,20). Por el bautismo y la unción del Espíritu nos vamos pareciendo a Cristo, en su confianza con el Padre y su compasión por los necesitados, «Serán mis amigos si hacen lo que les mando». Seremos sus manos, sus pies, su palabra, su corazón.
d . Maestro interior, enseñará y recordará todo (Juan 14,26). El Espíritu será continuidad con Jesús, actualizando su mensaje y sus planes, sus mismas obras. Si buscamos, él nos acompaña y ayuda para encontrar, nos inspira lo que es mejor para la venida del Reino, y lo confirma con su paz y consuelo.
e . Transforma las realidades de este mundo, los sacramentos (Jn 20,22). El Bautismo, la Eucaristía, en el sacramento del perdón, el sacerdote invoca al Espíritu Santo para que santifique y sane. El amor de Dios en su tarea de bendecir, transforma, consagra, reconcilia.
f . Impulso de amor, aliento para la misión. Dios sale de su casa y viene a la nuestra. Salir de las iglesias, de lo seguro, salir de nosotros mismos, por la buena noticia: ¡Jesucristo ha resucitado! ‘Iglesia en salida’ deseó el Papa Francisco; ‘Iglesia misionera’ dirá el Papa León.
g . Amor derramado en nuestros corazones (Rm 5,5; 8,15). Es tanto el amor recibido, es tanta la exigencia de amar -los enemigos o como Él nos amó- que supera nuestras fuerzas. El Espíritu Santo hará posible lo imposible: fraternidad, unidad, «Que sean uno como nosotros».
h . Trabaja la comunión, la fraternidad. Sabemos que unidad no es uniformidad, sino respetar lo distinto, acoger lo que viene. Es el amor que no separa sino que une, que perdona y no juzga ni condena. Un amor así es divino, es creativo y hermana, es Reino de Dios. Somos hijos y hermanos.
i . Ora en nosotros (Rm 8,26). En el silencio, a veces no sabemos qué decir o si nos escucha alguien. «El Espíritu vendrá en ayuda de nuestra debilidad», dice San Pablo. Y oramos juntos, de la mano con el Hijo y con el Padre. Más que palabras, une corazones, deseos, voluntades: «Padre, que venga tu reino, que se haga tu voluntad». Es oración de Jesús.
j . Fuerza, Luz, sentido para vivir el tiempo presente (Lucas 24,48). El resumen de este pequeño repaso nos recuerda que Jesús vino «para dar vida y darla en abundancia». No olvidamos que el ‘mal espíritu’, el tentador, pondrá oscuridad y muerte. El buen Espíritu trabajará iluminando oscuridades, restaurando, comunicando vida y paz divinas.
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+ Dios, Padre bueno, que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar tu admirable misterio, concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa, por los siglos de los siglos +
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Ven, Espíritu divino,
Manda tu luz desde el cielo,
Padre amoroso del pobre,
Don, en tus dones espléndido,
Luz que penetra las almas,
Fuente del mayor consuelo.
Riega la tierra en sequía,
Sana el corazón enfermo,
Lava las manchas, infunde
Calor de vida en el hielo,
Doma el espíritu indómito,
Guía al que tuerce el sendero.
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-Verán aquí la pluralidad de «Dones del Espíritu santo»
-En comentarios preces de la vigilia de Pentecostés para pedir Espíritu de justicia, de paz y unidad, también un himno poema a la Trinidad.
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Peticiones Vigilia de Pentecostés
Envía tu Espíritu, Señor, y renueva el mundo.
– Tú que al principio creaste el cielo y la tierra y, al llegar el momento culminante, recapitulaste en Cristo todas las cosas, por tu Espíritu renueva la faz de la tierra y conduce a los hombres a la salvación.
– Tú que soplaste un aliento de vida en el rostro de Adán, envía tu Espíritu a la Iglesia, para que, vivificada y rejuvenecida, comunique tu vida al mundo.
– Ilumínanos con la luz de tu Espíritu y disipa las tinieblas de nuestro mundo, para que el odio se convierta en amor, el sufrimiento en gozo y la guerra en paz.
– Fecunda el mundo con tu Espíritu, agua viva que mana del costado de Cristo, para que la tierra entera se vea libre de las espinas de todo mal.
– Tú que por obra del Espíritu Santo conduces sin césar a los hombres a la vida eterna, dígnate llevar, por este mismo Espíritu, a nuestros difuntos al gozo eterno de tu presencia.
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HIMNO POEMA A LA TRINIDAD
¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!,
la Iglesia nos sumerge en tu misterio;
te confesamos y te bendecimos,
Señor, Dios nuestro.
Como un río en el mar de tu grandeza,
el tiempo desemboca en hoy eterno,
lo pequeño se anega en lo infinito,
Señor, Dios nuestro.
Oh Palabra del Padre, te escuchamos:
Oh Padre, mira el rostro de tu Verbo;
Oh Espíritu de Amor, ven a nosotros;
Señor Dios nuestro.
¡Dios mío, Trinidad a quien adoro!
Haced de nuestras almas vuestro cielo,
llevadnos al hogar donde tú habitas,
Señor, Dios nuestro.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu:
fuente de gozo pleno y verdadero,
al Creador del cielo y de la tierra,
Señor, Dios nuestro.
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