# Con ocasión de problemas graves, pude leer una sentida súplica, verdadero grito de auxilio y de solidaridad. De nuevo pues la ceguera, el no ver y tropezar, querer salir y no saber, caer uno y hacer caer.
– Que nuestra conducta no oscurezca la belleza del evangelio, ni sea un impedimento para que otros se acerquen a Cristo.
En cualquier caso, siempre deberemos velar y orar, tener piedad y recibir a quien llegó de lejos, temeroso y sin esperanza. Pudiera ser como la oración de un hijo pródigo.
Soy ciego, Señor.
Que seas Tú mi luz y mi guía
y me apartes de los túneles oscuros
donde fácilmente me pierdo
y me cuesta tanto esfuerzo abandonar.
Que seas ese horizonte al cual yo mire,
que nunca olvide que estás tú
y que tus manos me sostienen.
Soy ciego, Señor.
Por eso necesito tu Palabra,
para que vea con los ojos del Evangelio
y no sólo con los de mi ajetreado corazón.
Para que avance por senderos de verdad
y sepa levantarme cuando sienta
que soy más pobre de lo que aparento,
no tan bueno como en presencia vendo.
Soy ciego, Señor.
Tú me has llamado: si caigo, levántame.
Si me equivoco, corrígeme.
Si lloro, consuélame.
Sin Ti, Señor, será difícil permanecer,
y animar a los demás a permanecer en pie.
Porque soy ciego y a veces no veo,
que seas Tú, Señor, mi guía y mi luz.
# Ante una petición de auxilio tan urgente y necesaria, recordarán aquel hermoso Salmo (23) que fue de extrema confianza:
.. El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes pastos él me hace reposar; a las aguas de descanso me conduce y reconforta mi alma, por el camino bueno me dirige, por amor de su nombre.
.. Aunque pase por cañadas oscuras, no temo ningún mal, tú estás conmigo, tu vara y tu cayado, yo voy sin miedo.
Y la oración de Teilhard de Chardin, «En busca de Dios».