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«Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí; ahora en mi vida mortal vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí». (Gálatas c.2)
– Solo en el silencio y la humildad de la adoración, se experimenta la honda verdad de las palabras de san Pablo.
– ‘Dios da amor, Dios pide amor’, será la raíz mística de la vida creyente, la grandeza de Dios y nuestra pequeñez.
– Presencia reverente ante Jesús, ante el Padre. Adorar es amar en silencio. Nos lo recordará el Papa Francisco.
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«La oración de adoración es la oración que nos hace reconocer a Dios como principio y fin de la historia, y esta oración es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión» (Francisco)
El verbo ‘adorar’ sonará como de otro tiempo o de otras culturas. O de alguien loco por el dinero o por el poder que idolatra, quedando prendado, como atado afectivamente.
Y más en el lenguaje amoroso: ‘Te adoro, vida mía’, significando un gran amor, su entrega total, haciéndose uno mismo don. Este sentido amoroso conviene mejor para hablar de la relación con Dios, relación de amor y libertad, no de temor ni servidumbre.
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«En la oración, el cristiano se sumerge en el misterio de Dios que ama a cada uno. Dios es Dios para todos, y en Jesús todo muro de separación es definitivamente derrumbado, como dice San Pablo ‘Él es nuestra paz’, de los dos pueblos hizo uno solo. Jesús hizo la unidad». (Francisco)
La relación con Dios será liberadora, pues Dios es amor y quiere que nos sintamos libres ante él, amando y sirviendo a él y a nuestros hermanos como Jesús, «con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente».
Adorar será pues un amor no superficial, implicando todo nuestro ser, mente y corazón, así también debiera ser nuestra oración.
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(1) Textos del Papa Francisco en su ‘Catequesis sobre la oración’, 2020.
(2) RAE. Adorar. Reverenciar o rendir culto a alguien o algo. / Sentir estima o afecto en grado sumo por alguien. Adora a su hijo. / Gustar de algo extremadamente. Adora la música. / Orar. /
(3) Imagen: La pesca milagrosa – Tapiz – Vaticano. Pedro en el lago ante Jesús: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador» (san Lucas c.5)
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