+ Pasada la Navidad llegó la fiesta de la Sagrada Familia. José, Maria y el Niño ruegan por nuestras familias, por nuestros pequeños y nuestros mayores: afecto, ayuda y comprensión +
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Esta obra de Maurice Denis, ‘La Sagrada Familia’, es un boceto realizado para la decoración de la iglesia de San Nicasio en Reims, en la Ciudad Jardín de Chemin-Vert.
El artista debía ilustrar en la técnica del fresco las letanías de san José, aprobadas por el papa san Pío X en 1909. Se trataba de honrar el papel del padre como cuidador, guía y protector de la familia.
Al representar una instantánea idealizada de la Huida a Egipto, Maurice Denis responde bien al proyecto con un san José firme tomando tiernamente a su esposa y al Niño Jesús bajo su brazo.
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– Tonos ocres iluminados con dorado, la humanidad que irradia la presencia divina. Los tres miembros de esta familia profundamente unidos, el Niño en los brazos de su madre, ambos rodeados por el brazo amoroso del padre, las tres personas de la Sagrada Familia son una sola en el amor que las une.
El artista se inspiró en la tradición iconográfica de la ‘doble Trinidad’. Desde esta tradición gustaban representar a la Sagrada Familia como un icono terrenal que revela a la Trinidad celestial, y así descubrir a las familias cristianas la grandeza de la misión: ser un icono del Dios-amor.
* La Huida a Egipto (1926), fragmento, Maurice Denis (1870-1943), Reims, Museo de Bellas Artes. © Christian Devleeschauwer
Cfr. «El icono del Dios-Amor», Pierre-Marie Dumont. Magníficat, diciembre 2025.
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–Meditando sobre «La infancia de Dios»
–En comentario interpelante reflexión de José L. Pinilla, el nacer de Dios entonces, ahora y siempre.
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Belén está en tu corazón – EducaTer Stj
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«Pidiendo para más seguir e imitar al Señor, ansí nuevamente encarnado» (Ejerc.Esp.109)
Dios nació donde no miramos
No nació donde todo huele a limpio.
No nació donde el mundo se felicita a sí mismo.
Dios nació donde no miramos.
Nació al otro lado de las vallas, bajo la vigilancia de las armas, en el barro donde la dignidad se defiende como se puede. Nació allí donde el miedo tiene horario y la esperanza se aprende a esconder para que no la maten.
No hubo permiso.
No hubo papeles.
No hubo seguridad.
Solo una mujer joven que protegía la vida con su propio cuerpo, y un hombre cansado que aprendió que la fe no consiste en entender, sino en sostener. El Niño nació en sus brazos, no como símbolo, sino como acusación.
Porque ese Niño vino a decirnos que Dios ha elegido definitivamente a los descartados. Y que toda Navidad celebrada sin ellos es mentira.
El cielo no se cerró. Una estrella —insolente— se atrevió a brillar sobre el campamento. No iluminó los centros de poder, sino el lugar exacto donde la humanidad parecía haber fracasado. Allí señaló: aquí. Aquí está Dios. No lo busquen en otro sitio.
El Niño dormía, pero su sueño era una pregunta.
¿Qué haréis con mi fragilidad?
¿Qué haréis con los niños que hoy tiemblan?
¿Qué haréis con las madres que no llegan a mañana?
Dios no nació para tranquilizarnos, sino para desvelarnos. No vino a bendecir el orden del mundo, sino a desordenarlo desde abajo. Su carne es una denuncia. Su llanto, un juicio. Su silencio, una palabra insoportable.
Mientras tanto, el mundo siguió levantando muros, negociando guerras, administrando muertos con lenguaje técnico. Y muchos, incluso creyentes, encendieron luces sin ver la noche que tenían delante.
Pero Dios estaba allí.
Pequeño.
Indefenso.
Irreductible.
La encarnación no es un dogma cómodo: es una toma de partido. Dios se hizo carne amenazada para que nadie pueda llamarse inocente. Desde ese día, cada niño bombardeado, cada refugiado rechazado, cada familia expulsada, lleva su rostro.
Y no hay incienso que oculte ese olor a barro y a miedo.
Esta Navidad, Dios no pide aplausos ni sentimientos. Pide conversión. Pide que bajemos de nuestros altares seguros. Pide que dejemos de pasar de largo. Pide que el pesebre nos rompa la conciencia.
Porque si el Niño sigue naciendo entre alambradas y nosotros seguimos celebrando como si nada, entonces no hemos entendido nada.
La estrella sigue brillando.
Pero ya no señala el cielo.
Nos señala a nosotros.
–Jose Lui Pinilla Martin s.j.