«UN SOLDADO LE ABRIÓ EL COSTADO CON LA LANZA»
– ¿Cómo podemos los seres humanos llegar a causar tanto dolor y sufrimiento en nuestros semejantes? ¿Cómo puede el odio aliado con el poder producir tanta destrucción y muerte?
– ¿Qué decir de las prisiones secretas, de la tortura y el desprecio de la vida del prisionero o del indefenso? ¿Qué utilidad redentora pudo tener tanta injusticia y dolor?
La Pasión de Cristo fue pasión de dolor por la gran crueldad, mas también pasión de amor por el gran amor que comunicó. Quedó de manifiesto que el odio y la envidia hieren y matan. Solo el amor y la compasión salvan de la muerte y resucitan.
Jesucristo reveló en su Pasión que Dios tiene corazón, que el Padre está cerca del abandonado y maltratado, que llegará pronto para limpiar su rostro y librarlo de la muerte, para restaurar su dignidad.
Algunos oyeron a Cristo rezar desde la cruz un murmullo con versos de salmos:
– Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
– Te invoco de día y no respondes, de noche sin descanso, no hay nadie para socorrerme.
– No despreció la miseria del pobre, no le ocultó su rostro, cuando pidió auxilio lo escuchó.
– En tus manos encomiendo mi espíritu. Ten compasión de mí, mi vida está en tus manos.
La Pasión de Cristo duró toda su vida, cuando conoció el dolor o la ausencia de sus seres queridos, cuando vio llorar a los niños o penar a las madres, cuando oyó a lo lejos el lamento del leproso y el grito del hambriento.
Sus entrañas se conmovieron con frecuencia por el sufrimiento de sus semejantes, su corazón sangraba y sus labios callaban, sus ojos lloraban por la muerte de sus amigos, ante la mujer amenazada o el enfermo incurable.
La Pasión de Cristo continúa ahora en tantas personas maltratadas, excluidas o humilladas, en la pobreza y muerte indignas, en injustas condenas, en las ideas perseguidas.
La Pasión prosigue también en la fidelidad del amor solidario, en el perdón ofrecido, en la compasión sin condiciones, en el buen samaritano de cada día y de cada hora, en los via crucis sin fin de pueblos y barrios del mundo.
«Fluye sangre de tus sienes
hasta cegarte los ojos.
Cubierto de hilillos rojos
el morado rostro tienes.
Y al contemplar cómo vienes
una mujer se atraviesa,
te enjuga el rostro y te besa.
La llamaban la Verónica.
Y exacta tu faz agónica
en el lienzo queda impresa.»
(Via crucis VI, Gerardo Diego)
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* Imagen: Icono de la Santa Faz o «Acheropita», s.xvi, presentación del rostro de Jesucristo, la imagen desfigurada restablecida ya en su original dignidad y belleza.
(Podrán leer más temas de evangelio en «El Rostro de Cristo», pdf)
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