Reaparece en el blog el tema de la muerte y de la vida. Llegando del funeral de un querido colega, persona justa y buena, leo en la Biblia estas ideas de un sabio, poeta contemporáneo de Jesús:
«¡Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes! Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables: no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo impera en la tierra, porque la justicia es inmortal» (Sabiduría c.1).
La realidad desmentirá cada día este pensamiento, aunque tiene su lógica. Por su parte Jesús de Nazaret y sus seguidores apostarán firmemente por la Vida y el Amor que no tienen final, ni siquiera después de la muerte.
«El que cree en mí no morirá para siempre, la muerte no tendrá dominio sobre él… No teman porque yo he vencido a la muerte» (s. Juan c.6).
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Pasado un tiempo pensé traer este Salmo (23) que se canta y reza en funerales, es de confianza y resurrección:
«El Señor es mi pastor: nada me falta; en verdes pastos me hace reposar. A las aguas de descanso me conduce, y reconforta mi alma.
. . Por el camino bueno me dirige, por amor de su nombre. Aunque pase por quebradas oscuras, no temo ningún mal, porque tú estás conmigo con tu vara y tu bastón, y al verlas voy sin miedo.
. . La mesa has preparado, con aceites perfumas mi cabeza y rellenas mi copa. Irán conmigo la dicha y tu favor mientras dure mi vida, mi mansión será la casa del Señor por siempre.»
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Y un sábado santo, bien soleado, en el levante español, me llegó este texto profético para animar nuestra esperanza.
Sin prisa, pues al final como al principio, Dios es amor, todo amor y siempre amor:
«Así dice el Señor: En su aflicción madrugarán para buscarme y dirán: Vamos a volver al Señor: él, que nos golpeó, nos sanará; él, que nos hirió, nos vendará. En dos días nos sanará; al tercero nos resucitará; y viviremos delante de él» (Oseas c.5).