Muchos jóvenes rumanos fueron abandonados por unos padres que emigraron para asegurarse de que sus hijos tuvieran una vida mejor. Pero el gesto tuvo un efecto perverso: un sentimiento de abandono del que varias generaciones siguen sin recuperarse.
– Esta paradoja se encuentra en el corazón de «Si quiero silbar, silbo» (2010), de Florin Serban, nuevo ejemplo de la vitalidad adquirida por el último cine rumano. Llegó a la cartelera tras haberse alzado con el Gran Premio del Jurado en la Berlinale 2010.
“Muchos de estos jóvenes crecieron solos y terminaron en centros penitenciarios. Cuando observas el rostro de cualquiera de esos chicos, detectas años de violencia, de ausencia de autoestima y de falta de amor”.
– Ocurre otro tanto tan frecuente en nuestros días a tantas familias rotas para siempre buscando sobrevivir lejos, efecto de interminables crisis.