No te abandonaré, Salmo

La noticia me estremeció, me llenó de rabia y de pena: «La madre abandonó a su hija, encerrada y a oscuras más de un mes, con un biberón y unas galletas. La niña Camelia tenía solo 17 meses».

La niña debió morir de hambre y de tristeza. Lo ocurrido tan doloroso me recordó unos textos de la Biblia: ¡Aunque tu padre y tu madre te abandonen, yo no te abandonaré!

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Un grito de auxilio por parte del poeta, confesión de amor de Dios y compromiso por la humanidad que Él ama, aunque a veces dudemos, viendo tanto mal alrededor.

Como prueba él nos enviará a su propio Hijo Jesús para explicarnos y mostrar con hechos su amor, incluso por los que no lo quieren o abandonan. Nuestro Dios es padre y es madre.

    El Señor es mi luz y mi salvación,
    ¿a quién temeré?
    Amparo de mi vida es el Señor,
    ¿ante quién temblaré?
    . . ¡No me abandones, no me dejes solo,
    mi Dios y Salvador!
    Si me abandonaran mi padre y mi madre,
    me acogerá el Señor.
    Porque él me dará asilo en su cabaña
    en tiempos de desdicha,
    me ocultará en el secreto de su tienda,
    y me alzará sobre la roca.
    (Salmo 27)

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Parecido sentir y compromiso expresó años antes el profeta Isaías; su meta animar a un pueblo desterrado que se siente abandonado:

    «¿Puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaré de ti. Te tengo grabada en la palma de mis manos» (Isaías c.49)

En comentario verán un poema de J.L.Martín Descalzo (+1991), alguien que busca amparo y comprensión, desde su soledad e impotencia enamoradas.

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Un pensamiento en “No te abandonaré, Salmo

  1. — Poema de J.L.Martín Descalzo. La búśqueda de comprensión, desde la propia soledad e impotencia.

    Hoy que sé que mi vida es un desierto,
    en el que nunca nacerá una flor,
    vengo a pedirte, Cristo jardinero,
    por el desierto de mi corazón.

    Para que nunca la amargura sea
    en mi vida más fuerte que el amor,
    pon, Señor, una fuente de alegría
    en el desierto de mi corazón.

    Para que nunca ahoguen los fracasos
    mis ansias de seguir siempre tu voz,
    pon, Señor, una fuente de esperanza
    en el desierto de mi corazón.

    Para que nunca busque recompensa
    al dar mi mano o al pedir perdón,
    pon, Señor, una fuente de amor puro
    en el desierto de mi corazón.

    Para que no me busque a mí cuando te busco
    y no sea egoísta mi oración,
    pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
    en el desierto de mi corazón.

    –José Luis Martín Descalzo (+1991)

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