Días atrás celebramos los santos y los difuntos de todos nosotros, nuestros seres más queridos que no hemos vuelto a ver. En las circunstancias de ahora como en otras, cuando parece reinar solo oscuridad y tristeza, el discípulo de Jesucristo también tiene dificultad para ver, nota temblar su voz y su mirada y aparecer la duda. Estos pocos versos de un himno litúrgico quisieran despertar la memoria y disolver toda neblina en la mañana, la limpia luz primera levantará el ánimo ahora retraído. La razón de ser de mi esperanza es Cristo resucitado, nuestro Señor del alba. Creer es también despertar y esperar.
El alba de oro crece
y anda ya próximo el Señor;
el sol, con lanza luminosa,
rompe la noche y abre el día.
¡Puro milagro de la aurora!
Cristo de pie sobre la muerte,
y el sol gritando la noticia.
Guárdanos tú, Señor del alba,
hijos de luz resucitados;
ser pura transparencia
bajo la luz recién amanecida.
Compartiré estos pensamientos de José A. Pagola, animando a tomar nuestra propia opción:
«Un rasgo preocupante de nuestro tiempo es la crisis de esperanza. Hemos perdido el horizonte de un Futuro último, y las pequeñas esperanzas de esta vida no terminan de consolarnos…
¿Quiero borrar de mi vida toda esperanza última más allá de la muerte, una falsa ilusión que no nos ayuda a vivir? ¿Quiero permanecer abierto al Misterio último de la existencia confiando que ahí encontraremos la respuesta, la acogida y la plenitud que andamos buscando?»