Alguien preguntó: ¿Qué es la magnanimidad? El diccionario la define como ‘grandeza y elevación de ánimo’. Me interesó, y continué mi reflexión.
Será como hablar de la generosidad: mirar menos por el bien propio y más por el bien de los otros. Supone una actitud vital, un modo luminoso de ser.
▪ Si tú dices de alguien que es ‘magnánimo’, resaltas su clemencia y buen carácter, que no guarda rencores, que disculpa y comprende al que piensa diferente. Será un motivo de satisfacción.
«Felices los misericordiosos, ellos serán tratados con misericordia»
▪ La magnanimidad resultará atractiva porque es también benevolencia, bondad, gusta el lado bueno de las personas y situaciones, no se detiene en el mal ni en defectos ajenos.
«La medida que usen con los demás la usarán con ustedes»
▪ Otro rasgo importante: ‘magnánimo’ es el que practica el desprendimiento de sí mismo y de sus cosas, comparte y presta sin dificultad, vive la satisfacción de dar sin esperar a cambio. Para los demás una alegría.
«El que guarde su vida para sí mismo, la perderá»
▪ Finalmente me pregunté, ¿Qué será lo más opuesto a la magnanimidad? La respuesta fue tajante: la mezquindad y la mediocridad, fruto del individualismo y la apariencia, la estrechez de miras, no se valoran las actitudes altruistas.
¿Por qué plantear ahora estos análisis y pensamientos?
Junto a la misericordia, la magnanimidad será virtud preferida del Papa Francisco. Así lo explicó él mismo en una reciente entrevista:
«La magnanimidad será hacer las cosas de cada día con un corazón grande, abierto a Dios y a los otros. Es dar su valor a las cosas pequeñas en el marco de grandes horizontes, los del Reino de Dios.
. . A las personas hay que acompañarlas, las heridas necesitan curación. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo»
* Imagen: Manos con flores, Pablo Picasso, 1958.