«Salió el sembrador a sembrar. Unas semillas cayeron junto al camino y las aves del cielo las comieron. Otras cayeron sobre piedras y se secaron por falta de humedad. Otras cayeron entre cardos y al crecer las ahogaron. Las que cayeron en tierra fértil dieron fruto al ciento por uno» (cf. san Marcos c.4).
Recordarán una de las parábolas más conocidas y sugerentes, la del sembrador. Para examinar mi disposición, las facilidades o inconvenientes que el Evangelio y el Reino de Dios encuentran para crecer y dar frutos.
Mi amigo Benito me envió su reflexión sobre la parábola.
– Qué clase de terreno soy, mi actitud ante el Reino de Dios: ¿Indiferencia o desinterés? ¿Entusiasmo de pocos días? ¿Acogida y coherencia?
– Cómo es mi vinculación con Jesús de Nazaret y su mensaje, sincera y honda, o bien basada en la emoción, superficial e inconstante.
– La parábola denunció el poco fruto y la superficialidad, también en sus propios discípulos.
El Reino de Dios requiere esfuerzo y sinceridad, la necesaria constancia y decisión ante los cambios que supone, para dar frutos de bondad y compasión, de amabilidad y de paz. Deberemos saciar la sed de bien de mucha gente y poner manos a la obra.
: Ante la apariencia, verdad.
: Ante la inconstancia, fidelidad.
: Ante la dureza de corazón, disponibilidad.
: Ante la superficialidad, interioridad.
: Ante la medianía, radicalidad.
: Ante la impaciencia, tomar tiempo.
: Ante el ruido, el silencio.