«Gozan en los cielos las almas de los santos,
que siguieron las huellas de Cristo;
que por su amor derramaron su sangre,
por ello reinarán con Cristo eternamente».
(Magnificat antiphon for feasts of martyrs)
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Verán del Papa Francisco unos pensamientos recientes sobre la muerte y la vida. La ocasión fue un Evangelio leído en el final del año, evocador de otros finales, el de la propia vida.
«Dijo Jesús a sus discípulos: Como sucedió en los días de Noé, hasta el día que entró en el arca. Llegó el diluvio y todo acabó. El que pretenda guardarse su vida, la perderá, el que la pierda por mi, la recobrará», san Lucas c.17.
La Iglesia es madre, quiere que cada uno piense en la propia muerte. Acostumbrados a la normalidad de la vida, un día llegará la llamada de Jesús: ¡Ven!
– El Señor nos dice: Párate, no vivas como si esto fuera la eternidad. Un día tú también irás con el Señor.
– Ante una nueva jornada pensaré: Hoy, como si fuera el último día, haré todo bien, mi trabajo, las relaciones.
– Pensar en la muerte no es una fantasía. Llegará el encuentro con el Señor: «Ven, bendito de mi Padre».
«Tengan paz, no teman. Yo volveré, les prepararé un lugar. Donde esté yo, estarán también conmigo. Vivirán de mi misma vida», san Juan c.14.
Será menester estar en vela, mantener abiertas las puertas:
Éste es el tiempo en que llegas,
Esposo, tan de repente,
que invitas a los que velan
y olvidas a los que duermen.
.. Danos un puesto a tu mesa,
Amor que a la noche vienes,
antes que la noche acabe
y que la puerta se cierre.
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= Teniendo a la vista el propio final, así expresó su esperanza J.L. Martín Descalzo (+1991):
«Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas;
ver al Amor sin enigmas ni espejos;
descansar de vivir en la ternura;
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta noche oscura».
= Todavía muy cerca la marcha de nuestra querida Emy al encuentro del amigo Jesús, recordé los versos finales de aquel poema ‘Nada más’, el discípulo amado en vela espera a su Señor:
Vivir para ti esperando tu venir
y al caer de la tarde descansar,
amor de mi vida, solo en ti, nada más.
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«Jesús es mi alegría
y el consuelo de mi corazón.
Jesús me preserva de los sufrimientos
y es la fortaleza de mi vida.
– Es la luz y el sol de mis ojos;
el gozo y la paz de mi alma.
Por todo ello no lo rechazaré
ni de mi corazón ni de mis ojos».
(J.S.Bach, BWV 147)