Poesía, dibujo o música, diversas formas y estilos para contar la experiencia religiosa.
Así veremos místicos y poetas de todo tiempo asociando temas de la vida de Cristo -el niño, el pastor, la cruz- con momentos personales de soledad o tristeza.
Recordarán a san Juan de la Cruz con sus noches oscuras, o a Lope de Vega en sus ‘Rimas sacras’ que saben a confesión.
Fue el caso del soneto que hoy les presento, unión mística en medio de la noche y el desamparo, compartiendo la mutua amistad y simpatía.
«Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga
(la llevaron tus hombros)
que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga… es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste hasta la muerte triste…
El espíritu débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar…
Mas entonces me miras, y se llena de estrellas,
Señor, la oscura noche; y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.»
–Luis Felipe Contardo, Chile, +1921.
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Imagen: Ecce Homo, Luis de Morales, 1570. «Salió Jesús afuera. Pilato les dijo: ‘Aquí está el hombre’. Al verlo, los jefes de los sacerdotes y guardias del Templo gritaron: ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!» (s Juan c.19)