– ¿Adán, dónde estás? preguntó Dios al Hombre avergonzado por el pecado.
– ¿Dónde está tu hermano? preguntó a Caín revuelto en su crimen.
El Señor nos busca y dialoga con nosotros con preguntas que ayuden a vivir en la verdad, en lo cotidiano, donde él mismo está. Jesús de Nazaret practicó también esa pedagogía.
¿Por qué me buscaban? Deberé ocuparme en los asuntos de mi Padre. Dijo Jesús a su madre en el templo: es la misión del Hijo de Dios.
¿Quién es mi madre y mis hermanos? La nueva realidad familiar, fraterna, del Reino de Dios.
¿No debieras compadecerte de tu compañero como yo me compadecí de ti? Compartir el amor y el perdón recibido de Dios.
¿Cuántos panes tienen ahí? Mirar y caer en la cuenta, solidarizarme ante el hambre de gente necesitada.
Saulo, ¿por qué me persigues? Como Pablo en el camino quedaremos a la escucha…
= Esa misma pregunta nos grita Dios desde los rostros sin nombre de los emigrantes, desde las minas de silicio clandestinas, desde los pueblos indígenas despojados a tiros de sus territorios.
(Cf. Benjamín Glez Buelta, El discernimiento)
= AYÚDAME, SEÑOR, para permanecer atento. Abre mis sentidos para oír tu voz: Ven conmigo. Que note tu mano amiga: No temas. Que recuerde tus deseos: ¡Perdona, cura, bendice! Con tu aliento y amistad me pondré en camino.