«Un padre amado, un padre en la ternura, en la obediencia y en la acogida; un padre de valentía creativa, un trabajador, siempre en la sombra»
Así lo describió el Papa Francisco en su Carta «Corazón de padre», donde propone que 2021 sea un año dedicado a San José, esposo de María y padre de Jesús de Nazaret.
= La grandeza escondida de san José, su sensibilidad para acertar con lo mejor, incómodo para él, bueno para María y el Niño. José dio a Jesús un nombre, una casa, un oficio.
= Su relación personal, el conocimiento y amistad con el Hijo de Dios, su ayuda en los años de fragilidad. Jesús ya adulto sabrá qué hacer, ‘ocupado en los asuntos de mi Padre’.
= Lo más grande de José será su discreción y silencio, la humilde fidelidad, ganarse el pan de cada día, colaborando, servidor incondicional del Plan de Dios.
«En este tiempo de pandemia, san José nos ayudará a comprender la importancia de la gente común, de aquellos que, lejos del protagonismo, ejercen la paciencia e infunden esperanza cada día».
- Dibujo: El sueño de san José, Bartolomé E. Murillo (+1682). Un ángel le habló a José medio dormido en su taller de carpintero: ¡José, recibe en tu casa a María como tu esposa!
- Jesús de Nazaret será conocido como ‘el hijo de José’, ‘el hijo del carpintero’: Mateo 13,55; Lucas 4,22; Juan 1,45; 6,42.
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Podrán leer aquí completa la Carta del Papa, con esta oración al final:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Bienaventurado José,
muéstrate a nosotros como padre
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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Con la Primavera, el 21 de marzo fue propuesto por la UNESCO Día Mundial de la Poesía. Verán este expresivo poema, el modo de sentir y vivir José de Nazaret, su fidelidad y buen hacer, cantados por un poeta y místico castellano contemporáneo:
«Tú, José, en la penumbra de la historia ordinaria,
sumido en el oscuro silencio de lo íntimo,
difuminado casi en el paisaje humano
como una leve hierba en humilde pradera.
Tú, que entonabas salmos al ritmo de la azuela.
Tú, constructor de nidos en la hondura del alma
cuando tus ojos puros besaban las palabras
inquietas de la llama en el hogar sencillo.
Tú, José, de puntillas por las calles del hombre
para no enmudecer las risas de sus niños.
Tú, amigo de la estrella diminuta y perdida
cuando absorto mirabas el manto de la noche.
Tú, escondido y pequeño como esa estrella pura
que posaba en tus ojos otras estrellas niñas.
Tú mereciste ser morada de la Luz
cuando la Luz se hizo carne de nuestra carne.
La luz del ser inmenso no cabía en el brillo
de la soberbia humana que acongoja a los pobres.
La luz se deposita en los arroyos claros
para encender su cauce con estrofas serenas.»
–Rafael Matesanz Martín, Segovia, España, +1999.