La mística, el ser espiritual

«El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre, su alegría es tal, que va a vender todo lo que tiene y compra ese campo». (san Mateo c.13)

Ya pude entre mis postales hallar unos versos de la querida Pilar de Mingo, mística de lo divino, artista del arpa y del verbo. Ella, que en eterno cantará ya sin velo la grandeza y luminosidad del ser, el amor de siempre, el ser espiritual.

La mística hablará de una existencia divina que da el ser a la nuestra, en comunión, unida mi existencia a la suya, ya un mismo espíritu serán y una sola vida.

Su poema ahora en el blog, en homenaje y recuerdo mío, será también saludo y bendición por el año que comienza nuevo, mas con tanta vida en peligro. Será tiempo de saborear ese «Tesoro encontrado», siempre medio escondido, entre las penas y miserias que nos envuelven cada día.

«Poseer a Dios como fijado en nuestra propia esencia,
verle relucir en todas las cosas,
saborear su propio ser dentro del alma,
saciarnos del agua prometida
que salta hasta la vida eterna,
vivir un perpetuo Magnificat,
¿No será este el tesoro escondido
por cuya posesión debemos sacrificar y vender todo?»

Fue como el después de la mujer de Samaría que conversó con el Jesús cansado y sediento junto al pozo de Jacob, diálogo reconfortante que sació su sed más profunda, sed de dignidad y verdad.

El que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed.
– Señor, dame agua de ésa; así no tendré que buscar más.
– Yo soy agua viva: el que beba tendrá un manantial de vida eterna.

En comentario verán una consideración del cura de Ars sobre la oración, el tesoro de la unión con Dios.

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* La lectora distraída, 1919, Henri Matisse (1869-1954). El autor quiso recoger el estado de ánimo y la intimidad de la retratada, sorpresa y confianza.

Tal vez unas notas musicales nos ayuden a valorar mejor ese Tesoro oculto y encontrado: Air on the G String by J.S. Bach. Cello Stjepan Hauser.

Un pensamiento en “La mística, el ser espiritual

  1. «Pedid, y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa»

    Mirad, hijos míos, el tesoro de un cristiano no está en este mundo, sino en el cielo. Así pues, nuestro pensamiento tiene que encaminarse hacia donde está nuestro tesoro. La persona humana tiene una tarea muy bella, la de orar y la de amar. Vosotros oráis, vosotros amáis: he aquí la felicidad de la persona en este mundo. La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Cuando el corazón es puro y está unido a Dios, uno percibe en su interior un bálsamo, una dulzura que embriaga, una luz que deslumbra. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cirio fundidos en uno: ya no se pueden separar.

    ¡Qué hermosa es esta unión de Dios con su pequeña criatura! Es una felicidad que sobrepasa toda comprensión. Merecíamos no saber orar, pero Dios, en su bondad, nos permite hablar con él. Nuestra oración es incienso que él recibe con infinita benevolencia. Hijos míos, tenéis un corazón pequeño, pero la oración lo ensancha y lo capacita para amar a Dios. La oración es una pregustación del cielo, un derivado del paraíso. Nunca nos deja sin dulzura. Es como la miel que desciende al alma y lo suaviza todo. Las penas se deshacen en la oración bien hecha como la nieve bajo el sol.

    San Juan María Vianney. Catecismo sobre la oración. Conocido como el Santo Cura de Ars (1786-1859)

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