En las fiestas ya pasadas de la Semana santa, leyendo la Pasión de San Mateo, rechinaron en nuestro interior esas piezas que parecen no ajustar bien en la vida de Jesús de Nazaret:
– ¿Por qué no huyó ante la muerte inminente? “Después del beso de Judas, Jesús dijo: Amigo, lo que has de hacer, hazlo pronto”.
– ¿Por qué no se defendió con la fuerza? “Uno estando con Jesús sacó su espada y cortó una oreja al criado; Jesús le dijo: Guarda tu espada”.
– ¿No se defendió ante Caifás y Pilato? “Los jefes y los ancianos acusaron. Pilato preguntó: ¿No oyes lo que dicen contra ti? Jesús guardó silencio”.
El silencio de Jesús, su actitud paciente frente a la burla, todavía hoy nos interpela. Con razón él dijo: “Todos perderán su fe en mí esta noche… Los discípulos dejaron solo a Jesús y huyeron”.
Mejor no escandalizarnos de la Pasión del Señor, ni de tanto dolor injusto en nuestro mundo. Ojalá pudiéramos con fe mirar y decir, como aquel testigo: ¡Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios!
– ¿No será el silencio de Jesús su modo de disculpar tanta ofensa? ¿Será el silencio su más íntima oración, la palabra elocuente que nos salva? El silencio de Jesús de Nazaret fue entrega y perdón, misterio de amor.
Salud. Leí en nuestro amigo Benjamín Glez Buelta, poeta y teólogo, estas sugerentes ideas: «El tiempo de silencio de Dios en la historia, cuando el mal triunfa y parece que Dios no hace nada, es tiempo de gestación de lo nuevo que se desarrolla protegido de los enemigos por la discreción de Dios, en el respeto a la libertad de las personas y al ritmo de los procesos de la historia». Gracias.