Resumiré unas reflexiones que leí e hicieron pensar. La sed que todos tenemos de comprensión y afecto, sed de verdad, también sed de Dios y de eternidad. No olviden saciar sed tan primordial.
El evangelista san Juan contó que Jesús cansado del camino pidió un día de beber a una mujer samaritana. Fue un encuentro restaurador: la mujer buscando comprender, pudo al fin explicarse. En Jesús encontró escucha y respeto, invitada a tomar otro camino.
Una vez abierta la herida de su vida pasada, la mujer notó su interior cicatrizando con el ungüento de la simpatía, recuperando dignidad. La propia sed, su búsqueda sincera: ‘Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en ti’.
Al regresar sus vecinos la notaron cambiada. La samaritana conversó consigo misma, con Dios y con los demás, y quedó libre de las ataduras del pasado, lo que llaman ‘conversión’. En su dialogar tranquilo, el Señor la ayudó a pasar de la oscuridad a la luz, del temor a la confianza.
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Recordarán que también el discípulo amado en su evangelio, testigo privilegiado al pie de la cruz, reportó las palabras de Cristo crucificado dirigidas a todos nosotros: ¡Tengo sed! Todo se cumplió.
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Y dijo Dios…
Si nadie te ama, mi alegría será amarte.
Si lloras, quisiera consolarte.
Si te ves débil, te daré mi fuerza y energía.
Si tienes miedo, te llevaré sobre mis hombros.
Si me llamas, siempre vendré.
Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.
Si estás cansada, conmigo descansarás.
Si te ves a oscuras, yo seré lámpara para tus pasos.
Si quieres ver mi rostro, búscame en los más vulnerables.
Si estás solitario, nos haremos compañía.
Si todos te olvidan, con emoción te recordaré.
Si haces silencio, yo te hablaré al corazón.
Si quieres ser alguien nuevo, ven conmigo, caminemos juntos.
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Oración de la samaritana
Señor, tú sabes que mi corazón anda inquieto,
lleno mi cántaro con ajetreos cotidianos,
que no sacio mi sed de vida plena,
no me bastan las aguas turbias y escasas.
Como la cierva busca corrientes de agua,
mi alma te busca, mi Dios, tengo sed de ti;
que tu lluvia me empape, Señor,
y convierta mi desierto en vergel.
Que mi vida rendida a tu Espíritu
se transforme como la samaritana;
dejando mi cántaro, seré amante discípulo,
iré contenta a comunicarles la Buena noticia.