Mª Magdalena -17 / Cerca del crucificado

María Magdalena recuerda escenas y personajes de la Pasión de Cristo en Jerusalén, de su rechazo y muerte: «La luz vino al mundo y todos prefirieron la oscuridad a la luz». Ella desea destacar que entre Jesús y sus discípulos creció una amistad y una fidelidad mutuas a toda prueba, como pudo comprobarse en los momentos más difíciles. Sus más incondicionales discípulos y seguidoras no abandonarán nunca del todo al Maestro, a pesar de las apariencias, dando la cara y exponiendo su vida por él.

«MARIA MAGDALENA»

17.- CERCA DEL CRUCIFICADO

+ Vecinos de Jericó y de otras aldeas cercanas a Jerusalén estuvieron ese día con nosotros, incluso en los círculos más próximos al gran Maestro. Muchos llegarán hasta Galilea buscando a Jesús, y para acompañarnos en nuestra pena y espera. Serán los que no olvidaron y creyeron viendo su cuerpo y su rostro ensangrentados, los discípulos de la última hora, los que oyeron su voz y sus palabras cerca de la cruz.

Me refiero a aquellos mismos que fijaron atentamente la mirada en el corazón del Nazareno tan abierto que solo amaba y perdonaba, deslumbrados en verdad por ese manantial de salvación. Fueron los que allí mismo al pie reconocieron sin temor que el hombre clavado en aquella cruz, Jesús de Nazaret, era en verdad Hijo de Dios.

Alguno de los viajeros fue guardia en la milicia del gobernador romano, otros del cuerpo vigilante en lugares de tortura y ejecuciones. Nadie sabía con seguridad quiénes de ellos creyeron y confesaron que Jesús era el Justo de Dios. Era pronto para manifestar abiertamente la gran iluminación recibida en aquellas horas de tanta oscuridad.

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+ En la mañana al amanecer encontré a José de Arimatea cerca de Jesús, uno de los amigos de nuestro Señor que conocí en Jerusalén junto a la cruz. De gran altura y fortaleza, creímos soñar viéndole como un ángel por su figura y juventud, un príncipe por sus ricas y luminosas vestiduras.

Parece que aún le vea en aquel atardecer de tinieblas, contorsionado y largo rato encaramado al madero, con aquel cuerpo tan llagado pegado al suyo, desclavando con gran cuidado sus manos santas, abrazado sin temor al ajusticiado, entornando los ojos abatidos del gran Maestro mientras acariciaba con amor su rostro ya apagado. Yo misma al pie de la cruz contemplaba y asentía, mientras la dolorosa Madre con los brazos abiertos hacia el cielo esperaba.

En pie
abrazados junto a la cruz abrazando
el madero, sus llagas y sus pies custodiando
los amigos en pie
allí clavados amando
en sangre purificados perdonados perdonando.

Este joven rico y valiente discípulo será conocido entre nosotros como José el de la cruz. Todos sentíamos por él un gran aprecio y veneración, yo especialmente. Se contó que el de Arimatea había conocido a Jesús un día en el camino ofreciéndose como discípulo, pero que atemorizado en aquel entonces por los riesgos y la exigencia del mensaje, no le siguió aún abiertamente.

Aseguraron haberles visto conversar con cierta frecuencia. Entre discípulo anónimo y maestro galileo debió crecer una inolvidable amistad, desconocida para muchos, bien visible para todos aquel día junto a la cruz.

Cuentan que José fue uno de los primeros en conocer la gran noticia, recibiendo al maestro recién transfigurado en su propia casa de Arimatea. Sin duda nuestro Señor quiso consolar y corresponder tanto desvelo junto a la cruz y en el sepulcro.

+ También quiero contarles lo que ocurrió en Jerusalén con Simón, el joven campesino de Cirene, que fue obligado por los guardias a llevar la cruz con Jesús, ayudando al Galileo a caminar con una carga tan pesada.

Este hombre bueno no pudo recuperarse ya del impacto tan fuerte que allí sufrió. Yo mismo fui testigo de lo que digo. Después de su obligado trabajo, Simón no consintió en dejar solo a Jesús sin ayuda y compañía. Debió ser empujado a retirarse amenazado por la milicia que quiso golpearle también a él si no desapareciera.

El joven Cireneo sintió muy adentro la mirada amiga del Maestro agradecido, fue tan grande el estremecimiento que padeció al presenciar tanto tormento, que en adelante le vieron como trastornado. Pocos años más tarde enfermó agonizando él mismo entre súplicas, sollozos y pesadillas. Según cuentan murió en paz abrazado con todas sus fuerzas a unos pequeños maderos en forma de cruz que encargaron hacer para ver de consolarle.

Parece cierto por lo que sé que una de las hermanas del de Cirene, la que cuidó de él y acompañó en su enfermedad y agonía, se unió pronto a las mujeres que servían en el grupo de creyentes de Jerusalén. En su nuevo oficio se ocupaba de consolar a los enfermos y los atormentados, también de acompañar a los sentenciados a muerte y los ajusticiados.

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Descendimiento de la Cruz, de Peter P. Rubens (1577-1640). El grupo de discípulos, lleno de fuerza y piedad, hombres y mujeres cargados de dolor y de afecto, desclavan y retiran de la cruz el cuerpo ya muerto del Cristo. Vemos al discípulo amado y a Nicodemo, al de Arimatea y la Magdalena, que reciben el cuerpo junto a la madre de Jesús y la hermana de su madre.
Cireneo, Via crucis, Marko Rupnik, «Detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús”, san Lucas c.23.

Traeré aquí unos versos de Dened Casañas, buena amiga fallecida meses atrás en La Habana. Descanse en Paz. Sus versos bien pudieran expresar los sentimientos y la oración de María Magdalena junto a la cruz.

Hoy quiero ser la cruz que abraza tu cuerpo
o abrazada por ti llegar a ser trono de salvación.
Hoy quiero ser la gota de sangre que de tu costado sale
y mañana ser el vino que a todos alimente en la comunión.
Hoy quiero ser el agua que brota de tu costado
y dar de beber a todo el que tenga sed de ti.
Hoy quiero ser el suspiro en la cruz
para mañana ser tu primera palabra.
Hoy quiero ser el perfume que embalsame tu cuerpo,
para ser la fragancia que despierte contigo
el día de la resurrección
.

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