Corresponde hoy ofrecernos un mensaje positivo, de esperanza necesaria. El Pentecostés o envío del Espíritu, fiesta del mundo cristiano, fue una promesa de futuro que Jesús de Nazaret hizo a sus discípul@s con estas o parecidas palabras:
– Si voy de regreso a la casa de Dios, yo les enviaré mi espíritu, él habitará íntimo en su corazón, será el alma de su alma, los iluminará para que conozcan mis preferencias, dará paz y confianza a su vida, y les pondrá en camino.
Con la ocasión hará semanas me pasaron este canto, donde el Espíritu divino se manifiestó como brisa y fuerza, dando vida y libertad… El buen amor será resumen de todo.
Espíritu Santo,
eres viento: llévame donde quieras;
eres brisa: déjame respirar lo nuevo;
eres fuerza: levántame del suelo;
eres vida: dame pasión por la vida;
eres alimento: nútreme de tu savia;
eres luz: ilumíname con tus rayos;
eres calor: aviva mi ser;
eres libertad: hazme libre;
eres fecundidad: cúbreme con tu sombra;
eres agua viva: dame de beber;
eres respuesta: dame fuerza para decirte sí.
– Nuestra vida es frágil, llena de contradicciones e incertidumbres. La presencia e inspiración del Espíritu nos hará confiar en el Amor divino, ilimitado, misterio último de todo.
– Para amar como el Padre, el Hijo y el Espíritu, habré de cantar a la vida, vibrar ante la belleza y el misterio, curar heridas y mantener viva la espera.
Parece que santo Tomás de Aquino rezaba así ante lo desconocido:
“Espíritu Santo, Dios de amor,
concédeme una inteligencia que te conozca;
una angustia que te busque;
una sabiduría que te encuentre;
una vida que te agrade;
una perseverancia que, al fin, te posea.”