García Lorca, la Paz

«La rosa mudable, encerrada en la melancolía del carmen granadino,
ha querido agitarse en su rama al borde del estanque
para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo,
la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año,
la única calle de la Tierra que yo desearía que no se acabara nunca,
rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros,
antigua de sangre: La Rambla de Barcelona.»

La gente de Barcelona y del mundo manifestó su rechazo de los crueles atentados del pasado día 17, y se recitaron las bellas palabras de Federico García Lorca dedicadas a la Rambla de las Flores, y a sus floristas: rosas blancas, rojas y amarillas para todos, homenaje a las víctimas, clamor por la Paz.

El texto de Lorca y la vieja fotografía evocarán su visita en 1935 por el estreno en Barcelona de «Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores».

El 18 de agosto de 1936, a las cinco de la mañana, el poeta Federico García Lorca fue fusilado en Granada por el bando rebelde español junto a dos anarquistas y un maestro.

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Pasado el tiempo, tiempo falto también de paz y reconciliación, les pondrá aquí algo más. En la Cumbre Europea de Granada, octubre 2023, este fue el poema de García Lorca que el presidente español Pedro Sánchez regaló a los líderes europeos, el ‘Grito hacia Roma’, un canto contra el autoritarismo y un canto por la paz, por el entendimiento y el progreso de los pueblos.

«Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.»

* Este poema de García Lorca nos muestra Nueva York como la gran ciudad que es, con sus claroscuros, referidos a las diferencias sociales, raciales y económicas y, al mismo tiempo, la riqueza que disfrutan únicamente unos pocos privilegiados. Las puntas de los rascacielos destacan sobre los edificios de las calles, las manzanas. Las personas han dejado de creer en Dios, quien sana las heridas del alma. La muerte ha dejado de ser algo importante, un ritual, para pasar a ser algo que no significa nada. La industrialización acaba con la infancia y la usa como mano de obra…

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