En este tiempo, en muchos lugares, hay personas que viven atemorizadas o sienten inseguridad por las varias crisis, mas también por el desánimo y la soledad, por la falta de un horizonte. Si falla el amor, la vida se agrieta y desmorona.
Es lo que pensaba días pasados al escuchar este texto del profeta Isaías, un escrito para animar a su pueblo que vive el destierro y la esclavitud:
«Digan a los cobardes de corazón: ‘Sean fuertes, no teman. Miren a su Dios que trae el desquite, viene en persona y les salvará’. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque; lo reseco, un manantial.»
Fue la encomienda que trajo consigo Jesús de Nazaret, realizar un paciente trabajo de recuperación, que rebrote la paz y el derecho, el gusto por vivir, que sea fortalecida toda fragilidad.
– ¿Quién de nosotros cree que este sueño se hará realidad?
Será bueno recordar aquí las Bienaventuranzas del Evangelio: signos de esperanza y sendas nuevas de felicidad, apoyo y solidaridad entre los mismos que pasan dificultad.